“…con terror,
comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”
J. L. Borges, Las
ruinas circulares.
Parque Tres de
Febrero
Circa 1917
Si bien los pequeños templos tienen
raíces históricas muy antiguas y las construcciones circulares pertenecen a los
orígenes de la arquitectura, su aparición, en los jardines del siglo XVIII, es
una característica del paisajismo romántico inglés, oponiéndose a la rigidez
francesa imperante con los Borbones. Aquí en BA hicimos como María Antonieta en
los jardines del Petit Trianon.
Con siete metros de altura, en soledad
y ubicado en una elevación del terreno para dominar el sector, jugando un papel
protagónico, en la escena que se desarrolla en ese rincón de la Plaza
Intendente Seeber. Su perímetro virtual deja ver un interior vacío en el que no
hay deidad alguna, avisándonos, de esta manera, que su función es estrictamente
decorativa. Si bien parece haber sido construido solamente para ser visto, su
geometría sugerente invita irresistiblemente a atravesar el límite circular
mágico que dibujan las columnas y una vez que nos dejamos conducir al interior,
entonces, todo cambia. Miramos en derredor y el espacio nos atrapa sutilmente,
haciéndonos creer que el círculo que pisamos es el centro de todo el contexto
que nos rodea.
Ocho columnas corintias delimitan el perímetro sobre una plataforma circular de siete metros de diámetro, elevada sobre el terreno por cuatro escalones de unos 10 cm de alzada y pedada generosa de 40cm. Sobre las hojas de acanto del capitel descansa un entablamento curvo con cornisa, sosteniendo un tambor que ostenta ocho mascarones de leones, en coincidencia con las columnas, para culminar en una bóveda rebajada que simula bloques en su cara inferior. El solado interior es de baldosas calcáreas cuadradas de quince centímetros de lado con cuidado diseño geométrico cuatricolor.
Lamentablemente la falta de mantenimiento que hoy ostenta, le va a permitir alcanzar el aspecto de ruina clásica como las que mostraban los jardines del romanticismo, en los que la naturaleza invadía las construcciones creciendo entre los despojos de la cultura.
Ocho columnas corintias delimitan el perímetro sobre una plataforma circular de siete metros de diámetro, elevada sobre el terreno por cuatro escalones de unos 10 cm de alzada y pedada generosa de 40cm. Sobre las hojas de acanto del capitel descansa un entablamento curvo con cornisa, sosteniendo un tambor que ostenta ocho mascarones de leones, en coincidencia con las columnas, para culminar en una bóveda rebajada que simula bloques en su cara inferior. El solado interior es de baldosas calcáreas cuadradas de quince centímetros de lado con cuidado diseño geométrico cuatricolor.
Lamentablemente la falta de mantenimiento que hoy ostenta, le va a permitir alcanzar el aspecto de ruina clásica como las que mostraban los jardines del romanticismo, en los que la naturaleza invadía las construcciones creciendo entre los despojos de la cultura.